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Mi primer parto: vaginal, sin epidural, instrumentalizado

Era un martes de marzo, frío y nublado, y estaba de 41+1 semanas. Yo por fin había conseguido que mi madre entendiera que me vendría bien caminar para ponerme de parto. Para quien no me siga en Instagram, dos semanas antes me había resbalado en la calle y me había fracturado el brazo a la altura de la muñeca (el radio) y mi madre, que estaba aquí en Valencia pasando el mes para esperar el gran día, era algo reticente a que saliera a caminar por miedo a una nueva caída (ya sería mucha mala suerte…).

Salimos a caminar con los dos perros y llegando a casa, sobre las 13.00 empecé a notarme unas contracciones muy rítmicas cada 5 minutos y diferentes a las de las últimas semanas, como más envolventes. También he de decir que llevaba por lo menos una semana de pródromos. Al ver que seguían y subían un poco en intensidad sobre las 14.30 avisé a mi marido, que estaba a punto de salir del trabajo, para decirle que por la tarde ya no volvería a trabajar, que esta vez parecía que la fiesta había empezado. Y así era.

Me puse música (había creado una playlist para la ocasión) y estuve haciendo movimientos en la pelota de pilates mientras las contracciones iban y venían. Tenían cierta intensidad pero las llevaba muy bien y yo me sentía muy relajada.

Llegó mi marido, comimos tranquilamente y sobre las 16.30 decidí darme una ducha para estar preparada. Pero las contracciones se hicieron algo más seguidas, ya las tenía cada 3-4 minutos. Teníamos cierta inseguridad de no saber en qué punto estaba, pues, aunque estaba bastante tranquila, las contracciones aumentaban en frecuencia e intensidad, así que decidimos ir hacia el hospital.

Al llegar, primero me hicieron entrar a mi sola para ponerme monitores y comprobar las contracciones. Me los puso una mujer de mediana edad, de la que deduzco que era auxiliar, porque no se presentó y casi no me miró ni a la cara, así que no me los puso de muy buenas maneras. Estuve unos 15 minutos allí sola, me dieron varias contracciones, hasta que vino la ginecóloga. Para mi “suerte” era la misma que me había hecho dos ecografías de seguimiento durante el embarazo, y que no destacaba precisamente por su simpatía y tacto a la hora de comunicarse, de hecho era bastante brusca y cortante. Así que ya podéis imaginar cómo pintaba aquello para mí… Al asomarse se dio cuenta de que las correas no estaban bien puestas y no estaban registrando las contracciones, así que las recolocó y enseguida empezaron a aparecer. Después decidió llamar a mi marido y pasarme a la consulta para hacerme una exploración.

En la consulta había tres personas más, todos estudiantes. La ginecóloga me dijo que sería uno de ellos quien me haría la exploración, que me relajase, porque si me lo hacía ella me iba a doler más… ¿perdona? Hasta donde yo sé un tacto no tiene por qué doler… El estudiante no me hizo daño, todo sea dicho. En la ecografía la niña salía en posterior, cosa que no me explicaron en ningún momento, pero entendí que no era la mejor postura para nacer.

de parto

Hechas las comprobaciones me hicieron pasar a paritorio ya que estaba en trabajo de parto dilatada ya de unos 6 cm, lo cual supuso una muy buena noticia para mí. “Ya sólo me quedan 4 cm más” pensé yo. Así que a las 18.00 de la tarde ingresaba.

Me tocó una matrona joven y muy cariñosa, Nieves. Me preguntó si quería que llamase al anestesista para ponerme la epidural pero mi deseo era parir sin anestesia si era capaz de aguantarlo. Ella fue muy comprensiva conmigo y me ofreció otros métodos de control del dolor como el óxido nitroso y calor en la zona lumbar. Pero de momento decidí probar sólo con la pelota, ya que en casa me había estado funcionando bien. También me puso la vía. Le pregunté si era necesario aún sin precisar epidural, ya que quería tener mi única mano libre sin una aguja atravesándola, pero me dijo que era protocolo del hospital y tenía que ponérmela.

Dos horas después, sobre las 20.00 las contracciones eran muy intensas y yo estaba bastante incómoda. El estar monitorizada constantemente con unos cables muy cortos me estaba coartando la capacidad de movimiento, y el brazo izquierdo inservible a causa de la escayola tampoco me ayudaba mucho. Vino entonces Nieves y me propuso hacer un tacto para comprobar la progresión…

 8cm. “¿Aún 8?” pensé yo. Y es que el no saber a lo que me enfrentaba, el cansancio y el notar que en cada contracción me tensionaba cuando yo sabía que tenía que conseguir lo contrario me estaba haciendo flaquear las fuerzas y la inseguridad me estaba ganando la batalla. Aún así decidí continuar e intentar adoptar otras posturas, aunque me sentía con muy poca libertad de movimientos.

No sé cómo aguanté así casi dos horas más. Creo que en ese punto yo ya no era muy consciente del tiempo, estaba en planeta parto totalmente. Entró no recuerdo si la matrona o la ginecóloga y me hicieron otro tacto. A todo esto, la bolsa intacta aún. Para mi desgracia no había progresado nada en las últimas dos horas y seguía en los 8 cm. Ahí mis ánimos cayeron al suelo y me pregunté cómo iba a soportar más tiempo con esos dolores…

Fue entonces cuando entraron 3 ginecólogos (la ginecóloga “simpática” en cuestión y dos más que creo que eran residentes) y empezaron a darme motivos e intentar “convencerme” para ponerme la epidural. También entró otra matrona, una mujer más mayor (y más de la vieja escuela por lo visto), y comenzó a cuestionar mi decisión sobre la epidural, diciendo que qué manía nos había entrado ahora a algunas con no ponernos la epidural… En fin, no podéis imaginar cómo me hicieron sentir en un momento tan delicado, en el que una parte de mi mente estaba en otro mundo y la otra luchaba por tomar una decisión fríamente ante aquella circunstancia.

De lo que sí era muy consciente era de cómo se tensionaba mi cuerpo a pesar de mis esfuerzos por evitarlo ante cada contracción. Sabía muy bien que me estaba resultando contraproducente. Me daba mucha pena no tener a unos profesionales a mi lado que me animaran y explicaran en qué punto del proceso me encontraba (y no me refiero sólo a los centímetros), que no me aconsejaran sobre qué posturas adoptar para favorecer la progresión de la bebé hacia el canal de parto… Así que muy a mi pesar, sobre las 22.30 acepté la epidural.

La anestesista tardó apenas unos minutos en venir e hicieron salir a mi marido. Dentro se quedó conmigo la matrona no tan simpática que me dijo cómo debía sentarme en la camilla y me sujetó por delante mientras la anestesista preparaba mi espalda. Lo que pasó después lo recuerdo con algunas lagunas. Con esa postura las contracciones eran muy duras y no tenía apenas 1 minuto para recuperarme entre ellas. Recuerdo que tuvo que detenerse varias veces porque tenía contracción. Un primer pinchazo, la anestesia de la anestesia… Se me movió repentinamente la pierna derecha sola y la anestesista me advirtió que no me moviera, pero no pude hacer nada, fue totalmente involuntario, como si me hubiera tocado algún nervio. En todo aquel momentazo rompí aguas… Llegó el momento de la verdad, me volvió advertir de que no debía moverme, yo súper concentrada para que así fuera, y al pinchar nuevamente me moví de forma totalmente involuntaria, o no, ya no lo sé. Recuerdo oir a la anestesista maldecir y yo pedirle perdón varias veces… Me dijo que ya no me podía poner la epidural porque no podía volver a pinchar y se fue. No me dieron más explicación.

Entró mi marido de nuevo. La ginecóloga también acompañada de uno de los residentes y me pidieron que me tumbara de lado porque necesitaban monitorizar a la niña desde dentro. Nuevamente no me dieron más explicación y yo ya estaba en otro mundo para pedirla. En esa nueva postura las contracciones eran fuertísimas y la presión en la zona del coxis muy intensa, tanto que me hacía gritar (más bien eran un rugir). Afortunadamente en ese momento entró la primera matrona, Nieves, quien se dio cuenta enseguida de lo que me sucedía mientras la ginecóloga intentaba pinchar a mi hija en la cabeza para monitorizarla por dentro (siento que esto suene tan bruto, pero es que realmente es así y es una práctica que está justificada en muy pocos casos). Entonces Nieves me preguntó: “Tienes ganas de empujar, ¿verdad?” Claro, para mí la sensación era totalmente nueva pero tras esa pregunta lo entendí, era eso, era la sensación de pujo, así que asentí con la cabeza y de repente noté como era mi cuerpo por sí mismo el que empujaba, sin siquiera poner yo intención, lo hacía solo!

Al ver el panorama la ginecóloga y la residente por fin cesaron de su tarea y me dijeron “vale, pues empuja”. Notaba cómo el empujar aliviaba la contracción y ahí lo entendí todo. El cuerpo humano es maravilloso. En cada pujo los rugidos se intensificaban, hasta que vino la otra matrona y me soltó un “amable”: “Pero no grites tanto y empuja!”. No lo recuerdo muy bien, pero creo que no le hice mucho caso, sólo pedí que me incorporaran porque tumbada no podía bien. Así que me elevaron la camilla hasta quedarme sentada.

Tras 3 o 4 pujos uno de los residentes (para aquel momento ya estaba el paritorio lleno de gente si contamos 3 ginecólogos, 2 matronas, 3 pediatras y alguno que me salto seguro), me dijo que tenían que ayudarme. Yo lógicamente ya no estaba en situación de pedir más información. Esa ayuda significó episiotomía y ventosas para ayudar a la niña a salir. En ese momento la ginecóloga puso su brazo sobre mi barriga y con todo su peso hizo fuerza, lo cual yo reconocí enseguida como maniobra de Kristeller, totalmente desaconsejada por autoridades sanitarias, y ante aquella situación la aparté como pude con el brazo (no me salían ni las palabras), hasta que ella pareció entender que no quería aquello y desistió.

recién nacida

Con un pujo más mi bebita salió, primero la cabeza, y con el siguiente el resto del cuerpo, y me la pusieron sobre el pecho rápidamente. Qué gran momento notarla por fin sobre mí, calentita, con los ojos muy abiertos. Sólo lloró un poquito pero estaba bien y era lo más precioso que había vivido en mi vida… ¡bendita oxitocina! La cogieron enseguida para hacerle las comprobaciones oportunas, ahí lloró muchísimo, pero en pocos minutos la tuve otra vez conmigo para ya no separarnos más. Mi dulce Nadia ya estaba con nosotros, en brazos de mamá. Y ese día nacimos las dos, nació Nadia y nació una nueva yo, y ya nunca volví a ser la misma.

Y el resto del relato ya no es más que el alumbramiento de la placenta, los puntos pertinentes y el inicio de una lactancia materna que dura hasta hoy día, 2 años y medio después.

Así que comprenderéis después de leer esto que hayan sentimientos contradictorios con respecto a mi primer parto. Por un lado tuve un parto sin anestesia que era lo que yo quería desde un principio, que me llevé el pinchazo? Sí, pero quien sabe, quizás capricho del destino, la epidural no era para mí. Eso sí, ese pinchazo mal pinchado me provocó unos dolores de cabeza terribles los 10 días siguientes que me anulaban como persona, sólo podía estar en posición horizontal para evitar esa horrible presión en mi cerebro.

Por otro lado, quedé decepcionada de ver que ni tan sólo había leído mi plan de parto, que el único apoyo profesional que encontré fue el de la primera matrona pero que por alguna razón estuvo de forma intermitente. Hablar de determinada forma a una mujer que está de parto no debería estar permitido y no es en absoluto lo que se espera de un profesional sanitario que se dedica precisamente a atender partos. También hubo mucha falta de información, así que nunca sabré si la episiotomía fue necesaria, la utilización de la ventosa, el intento de monitorización interna sin evidencia de posible sufrimiento fetal, y ya ni hablamos de la maniobra de Kristeller, que me provocó unos dolores en las costillas durante varios días.

postparto

Pero  ¿sabéis qué? Al final me quedo con lo bueno, Nadia nació perfecta (sólo un pequeño hematoma a causa de la ventosa), y yo, salvo la instrumentalización, tuve el parto natural que deseaba y haber tenido la oportunidad de vivir cada sensación del parto.

El postparto ya es otro tema. Os podéis imaginar que con un brazo roto, los dolores terribles de cabeza y los puntos no fue fácil para una primeriza como yo, así que si os interesa lo dejamos para otro post. También otro día os puedo hablar de por qué creo que es mejor, por lo menos para mí, parir sin epidural y cómo me preparé, pero este mejor después de mi segundo parto.

Y para finalizar este post larguísimo, sólo decir que no hay madres mejores o peores por la forma de parir, pero sí que es vital que se nos respete en cada decisión. Los profesionales están para asegurar que no corremos peligro y para actuar en caso de urgencia, y no para que demos a luz atendiendo a su comodidad y en muchas ocasiones falta total de empatía y de actualización. Y no me malinterpretéis por favor, no es mi intención generalizar, también por experiencia sé que hay profesionales maravillosos, pero por desgracia no siempre te los encuentras.

Si has llegado hasta aquí, gracias y espero que te haya gustado y/o ayudado este relato. Por supuesto, si quieres saber algo más o te puedo ayudar de alguna otra manera, aquí estoy.

Un abrazo!